De lo que se cobra y lo que se paga

Publicado en por Tlacuilo

Críticos acuciosos, y no discutiremos aquí qué tan certeros o no,  reprochan –o, por lo menos soslayan- a nuestra ciudad, con argumentos como nuestro crónico atraso ante la dinámica con que el resto del país vive cada uno de sus siglos. Pueblote con una calle larga, larga, larga, es una frase con que muchos nos definían en el último tercio del siglo XX.

También en los setentas, y como manifestación de mejores realidades requeridas por un país centralista pero urgido de modernidad para todo él, fueron sembradas en ciudades de todo México, bajo la directriz del Instituto Nacional de Bellas Artes –INBA-, casas de la cultura municipales que, por lo menos para el caso de León, significaron una bocanada de aire cultural  y artístico contemporáneo, sumidos como estábamos en concepciones decimonónicas de la creación y expresión artística, cuyas mejores glorias, anacrónicas en su nacimiento mismo, ahí seguían estacionadas, igual que ahora, manifestándose en cada oportunidad de lucimiento con desplantes de entre crinolina y tacón dorado.

Bajo la primera dirección del abogado, profesor preparatoriano y cronista piojito –oficio derivado de su cargo como director del Archivo Histórico Municipal- Eduardo Salceda López, figura hoy aplastada por difamaciones y sepultamientos de todo tipo por parte de quienes se honrarían honrándolo, y luego la del entonces joven José Manuel Solórzano, aquella casa de la cultura encontró pronto su espacio para proponerse como núcleo formador-animador-gestor-impulsor de lectores, espectadores, danzantes, intérpretes y hasta creadores, en una amplia gama de manifestaciones artísticas.

Entonces, y bajo esos cobijos, inició actividades un grupo teatral que, por primera y última vez en la ciudad, puso en escena obras de autores-directores como Bertolt Brecht. Con dos horas diarias de ruda y puntual actividad bajo la dirección del colombiano Ramiro Osorio, lo de menos era el pago de colegiaturas, subsidiada entonces la casa bajo esquemas compartidos por la federación, el estado y el municipio, con la certeza de que tal inversión era retribuida de otras formas por la sociedad.

También había un cineclub, estoicamente operado por ese serigrafista, hombre bicentenario -aunque sea juventud- y generoso consumidor de lo que entonces se entendía como rock progresivo, Carmelo Villafaña, quien hacía milagros con un proyector de 16 mm siempre a punto del destartalamiento, y disfrutado –aclaro que es un decir, por si desaparecen las cursivas- casi siempre por seis o siete escasos espectadores en un frío salón de la casa de cultura en turno, plantados en sillas metálicas que borraban rayas y congelaban hasta el otro lado del alma, y todo para conocer obras de directores como Tarkovsky, Kurosawa o Buñuel. Lo de menos era el cobro de un boleto de entrada, subsidiado entonces bajo etcétera.

También como en otras ciudades del país, se pusieron en marcha talleres de creación literaria en los que, bajo la conducción de teóricos-creadores con trayectorias profesionales irrefutables, dos veces al mes se sostenían sesiones de doce horas de trabajo para conocer y criticar en forma colectiva los textos producidos por los talleristas. Importaba la calidad, no la cantidad, y jamás se llegaron a reunir diez participantes en una sesión de taller. Además de un sinnúmero de lectores ávidos e informados –quienes luego de esa experiencia se exigirían mucho más que lecturas motivacionales-,  y bajo conducciones de escritores-teóricos como David Ojeda, Fernando Nieto Cadena y Alberto Enríquez, por ahí pasaron escritores leoneses que luego han seguido su camino como Graciela Guzmán, Alejandro García, León Fernando Alvarado, Moisés Cervantes, Roberto H. Dueñas, Ernesto Padilla G. del Castillo, Federico Esparza, Esther Bonilla y Alfonso Macías, que con creces retribuyen a su ciudad lo subsidiado en el no-pago de aquellas colegiaturas.

¿En qué momento de este tercer milenio, que ve reverdecer la frivolidad de sus crinolinas y tacones dorados, una administración municipal dejó de entender estas actividades como inversión social, para exigirles rentabilidad?

Para estar informado de los últimos artículos, suscríbase:
Comentar este post