De memorias y motines

Publicado en por Tlacuilo

Dicen que la distancia es el olvido. Aunque Lucho Gatica -autor de esta ilustre frase, como parte de su canción La barca- no concibe esa razón, mi ciudad sí parece empeñada en desdeñar mucho de lo que con su memoria se relacione, sobre todo si no proviene de, o no es como para ser consignado en las secciones sociales y policiacas de los diarios, constituidas en las casi únicas autoridades morales acerca de quiénes –y cómo- han de ser vistos y recordados –lo cual es un decir.

Como muestras de esta memoria escamoteada, van algunos ejemplos:

­El primer museo arqueológico del que nuestra ciudad tenga memoria, son unas piezas de cerámica prehispánica, enclaustradas durante los años setentas del siglo pasado en una vitrina del Archivo Histórico Municipal, en la primera cuadra de la calle Juárez, que luego emigraron a las distintos domicilios de este fondo: casa de las Monas, calle Constitución y, en su sede actual y definitiva, la ex cárcel de mujeres. Si esas muestras lo propiciaron o no, por lo menos sí compartieron tiempo con la elaboración de un inventario de sitios arqueológicos de León, mediante los que el INAH contaba más de veinte. Si algo quedara de las ruinas arqueológicas, para estudiarlas  se requeriría excavar ahora en construcciones de Los Castillos, Cerrito de Jerez o Comanjilla. Las mencionadas piezas arqueológicas sí parecen seguir en vitrinas del AHML.

El Colegio del Bajío, institución que así como llegó a nosotros por gestión de Wigberto Jiménez Moreno, para formar investigadores de posgrado e impulsar la investigación en historia y antropología, desapareció en 1990 sin reclamación social alguna de por medio. La biblioteca personal de WJM –calificada en su momento como la más completa de Latinoamérica en etnohistoria-, adquirida también desde 1990 por el municipio, apenas empieza a ser catalogada, luego de su incorporación entre los fondos de la Biblioteca Central Estatal. La influencia de aquel defenestrado Colegio del Bajío puede ser estimada por el número de sus huérfanos académicos que, sin embargo, continuaron su formación y producción profesional en otras instituciones.

El Museo de la Ciudad, que en 2009 cumplió sus primeros 25 años acumulando un esforzado catálogo iconográfico sobre León, aún no logra liberarse de la cajita de zapatos en que fue enclaustrado desde su nacimiento. A punto estuvo de tener casa nueva en 2009, pero reasignaciones de recursos del municipio lo tienen esperando un espacio digno en el que propios y extraños aprecien su acervo.

El MUNPIC, que empezó como proyecto de Museo Nacional de la Piel y el Calzado, y terminó como Centro de inteligencia competitiva Prospecta, en el que la cámara del Calzado espera desarrollar tareas ya recitadas desde aquellos  Venexport de los años setentas hasta los recientes CEVEM y PROCIC del anterior sexenio federal. El MUNPIC, por cierto, parece emerger de sus cenizas, para constituirse pronto en ese centro de la memoria zapatera leonesa.

El Museo de Arte Sacro –instalado  en la ex casa del arzobispado, junto a Catedral- es un esfuerzo que más tarda en crecer que en ser rebasado por el crecimiento de su acervo. Su primera época,  puesta en marcha durante la gestión del obispo Rafael García González, le dio un impacto importante para el cuidado de su excepcional acervo artístico –e incluso para una disposición museográfica modesta pero efectiva-, aunque no para la promoción pública del mismo. Una ampliación de contenidos, abierta al público hace unos meses,  parece no haber considerado la existencia del anterior guión, en cuanto a calidades y corrientes históricas. Por lo demás, el recinto espera ser incorporado en un esfuerzo de divulgación museográfica, también para la gratificación de propios y extraños.

El bellísimo inmueble del Museo de Arte e Historia –integrado en el Centro Cultural Poliforum, igual que la Biblioteca Central Estatal- tiene a la ciudad tronándose los dedos por conocer, tarde o temprano –aunque nunca será tarde para atender avideces como éstas-, más allá de las exposiciones aportadas por otros fondos, una investigación museográfica en la que los leoneses empecemos a vernos de otra forma.

Estamos a punto de contar con unos metros públicos más, traducidos en la plaza Catedral. Antes que un museo cristero, y que la explotación de ese término como martirologio religioso, sigue pendiente la necesidad de identificar y mostrar todos los elementos de manipulación política y religiosa en que quedaron atrapados lo segmentos de población más sensibles a su influencia –que, para desgracia de ellos y vergüenza de todos, fueron los desposeídos del campo y la ciudad-, embarcados en una cruzada trágica que no dejó más que pérdidas y tristezas. Qué tal, incluso, una comisión de la verdad, tanto para las cristiadas del 26 como para las uniones cívicas leonesas del  42.

Para cualquier leonés debería ser dolorosa la posibilidad de que nuestras autoridades municipales consideren la adquisición de vehículos antimotines, para utilizarlos en colonias como Las Arboledas, estación del ferrocarril, Las Joyas y 10 de mayo, cuyos elementos comunes, antes que la confrontación violenta, fueron  la pobreza, el hacinamiento poblacional y los escasos o inexistentes espacios para el desarrollo comunitario. Remediar deficiencias de promoción y desarrollo social, siempre debería ser más constructivo –aun cuando económicamente fuera más costoso- que escalar la confrontación contra aquéllos a quienes se gobierna. Todo parece ser una cuestión de memoria, para empezar.

Publicado en El Heraldo de León, 11 de enero 2010

Para estar informado de los últimos artículos, suscríbase:
Comentar este post