De paradojas y contradicciones

Publicado en por Tlacuilo

Ya lo sabemos: mi ciudad empezó siendo sitio de paso para arrieros y terminó siendo el más importante centro zapatero del país… sin dotarse jamás con una producción ganadera local que le diera autosuficiencia de su principal insumo: el cuero.

Ya en tiempos difíciles, que le exigieron competitividad global y la ponen frente al conflicto de mantener la vocación zapatera o dedicarse a otra cosa, veíamos venir un museo de la piel y el calzado pero, precisamente quienes ahí verían registrada su memoria, le dieron matanga con los pesos que posibilitarían el inicio de su construcción.

Años ha que mi ciudad empezó a ser dotada con glorietas, entendidas entonces como los grandes distribuidores de circulación automovilística, pero éstas pronto mostraron su vocación más bien como alentadoras del tráfico. Y ahí siguen.

Al planificar y construir las glorietas, por cierto, quedaron desinvitados de esa  fiesta –y siguen marginados de ella- sus principales beneficiarios, las personas, salvo que vengan envasadas por lo menos en un automóvil. Peatones y ciclistas, absténganse o participen bajo su cuenta y riesgo.

Nuestro transporte público –el que aún recorre 90% o más de nuestras calles, terreno vedado para  las orugas del utópico SIT-, parece incluir entre sus cuotas de servicio, la de atropellar a por lo menos una persona cada mes, prefiriendo aquéllos a quienes debería servir, principalmente porque la trompa de sus vehículos impide a los conductores verlos. Y nadie explica a nuestros transportistas que los vehículos chatos existen desde innumerables años. Mucho menos hay autoridad alguna que les exija utilizarlos.

Nuestro gran paseo popular, orgullo de la preservación ambiental, basado en la presa del Palote, fue convertido en parque metropolitano de León, y puesto para su operación en manos de un consejo ciudadano… que determinó cobrar por el acceso. Y no todo mundo tiene los pocos pesos que ahí cobran.

El templo Expiatorio, joya de mis orgullos, suele ser menospreciado por los profesionales de la arquitectura, porque no se trata de una hazaña constructiva piedra por piedra, como el gótico al que le gusta parecerse, sino una copia de todo aquello, con varilla y cemento, recubierto luego con planchas de granito, hasta parecer como de mármol.

A mi Expiatorio, por cierto, acaban de plantarle una plaza que lo muestra con toda su majestuosidad –bueno, nomás de un costado, pero es buen comienzo-, pero al proyecto original de ese gran proyecto turístico le rasuraron la posibilidad de tener un estacionamiento subterráneo, que le habría fortalecido la esperada sustentabilidad turística. La acera desde donde mejor podría ser apreciado, aún funciona como estacionamiento callejero, obstaculizando la vista. La elegante plaza casi no tiene bancas, ni elementales sombras para guarecerse del sol, así que los paseantes no abundan.

Mis calles empiezan a mostrar orgullosas ciclopistas, que de tan angostas llegan a provocar claustrofobia, y apenas dan para ser recorridas en un sentido. Además, suelen ser usadas como estacionamiento por autos, entre los que nunca faltan las patrullas de policía y/o tránsito municipal.

¿Qué más da si ahora tengo un maravilloso centro de espectáculos, recién inaugurado pero con graves problemas de acústica, como si un hospital construyera sus quirófanos rodeados por mingitorios?

Publicado el 1 de febrero de 2010 

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